domingo, 24 de febrero de 2008

Intelectuales ausentes

En cualquier época y lugar, las élites intelectuales han jugado un papel primordial, no solo en el campo científico, filosófico, artístico o literario del que fueran especialistas, sino en el terreno más común, pero no menos importante, de la política. Un intelectual, no solo tiene el deber de desarrollar el saber del que tiene conocimientos, sino que tiene la obligación de servir de conciencia crítica del mundo que le ha tocado vivir. Por eso, lo primero que tenemos que preguntarnos sobre la intelectualidad de nuestra época es sobre su paradero. ¿Dónde están los intelectuales en este país, o en Europa, o en el llamado mundo occidental desarrollado? Porque yo aquí solo oigo a unos obispos carcomidos y y unos tertulianos paniguados que mal saben de lo que hablan.

El intelectual de hoy vive cerca del pesebre que la Administración le cede y de los espectáculos mediáticos con los que aumenta el precio de su obra. Y como se debe a sus dueños, el intelectual de hoy calla más que habla y no tiene opinión conocida sobre los grandes dilemas de nuestro destino inmediato o de nuestro presente más real y trágico. No es que haya muchos, y los que hay no es que sean muy buenos, salvo muy honradas y magníficas excepciones. Eso también es fruto de un sistema educativo burocratizado y corporativizado, además del control ejercido por los medios para solo abrir el grifo a determinados conocimientos.

Como dice Eduardo Subirats, el intelectual de hoy se ha transformado en un "performer del espectáculo y clérigo profesional de la maquinaria y los usos de la Administración estatal". Y como buenos clérigos, administradores de una verdad oficial única, ellos se encargan de plantear convenientes preguntas y sus respuestas y evitarnos así el triste (pero productivo) deber de producirlas nosotros; y además se han encargado de perseguir y acallar a los otros todos que no comparten su particular visión del espectáculo. La maquinaria educativa ha disgregado los saberes, la gran industria controla las agencias de investigación y sus medios de publicación.

El intelectual se sustituye por el experto, menos peligroso y con gran capacidad acomodaticia: el experto y sus técnicas nunca son responsables sociales de nada. Ellos solo son responsables de la rentabilidad. La cultura pasa a ser mera mercancía, muchas veces hasta simulada. Por eso cada día es más necesaria una nueva élite cultural, científica, artística y política, que destruya todo este falso sistema de conocimiento postmodernista y nos devuelva la conciencia crítica para cambiar el mundo.

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