jueves, 14 de febrero de 2008

Innovación pedagógica… ¿¡en la Complutense!?

Sucede que uno reincide en criticar el sistema educativo para terminar construyendo una excusa a su ignorancia yun refugio donde quedar a salvo de las apelaciones a laresponsabilidad individual.Es la actitud del Idiota:un ciudadano privado (desprovisto de…) que no participa en la polis,una persona aislada, auto-retirada del mundo…en definitiva, una persona jubilada de sí misma.

Madrugar fue duro, para no variar. Pero ir a la Facultad esta mañana mereció la pena porque me hizo dudar.
Escuchando en el aula 100, sentad* en un pupitre creado para diestr*s y propio de un aula de música, una curiosa colección de sentimientos me ha rellenado desde el principio la cabeza. Algunas frases que quisieron apuntarse en mi papel fueron “¡se aprende haciendo!”, “el conocimiento no se entiende si no tiene un para qué“, “a más trabajo, más conocimiento“, “lo que nos hace iguales es el esfuerzo“, “haremos cosas que sean buenas para tod*s“, “el programa lo vamos a definir nosotr*s“, “no sólo aprenderemos contenido, sino también método“, “vamos a comprometernos con los demás“. Reconfortaba ver recogidas en el discurso de una autoridad académica ideas que han ocupado gran parte de mi reflexión y de mi acción durante los últimos años (el mejor ejemplo: la necesaria participación del alumnado en la definición no sólo del contenido sino también de la forma de la Educación). Pero… un momento, un momento. Ni estamos hablando en finés, ni la clase tiene la estructura que tendría en uno de los liceos democráticos experimentales que existen en numerosos países alrededor del globo. Es la Universidad Complutense… paradigma de enseñanza universitaria autoritaria, de aprendizaje ahogado en los grandes grupos y en las rígidas idiosincrasias tanto de docentes como alumnos… Y… sí, sí, es la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, donde, aunque de vez en cuando se respiran aires de debate y participación que otras facultades de este o el otro campus deberían envidiar, sigue marcada por las tarimas, las no tan infrecuentes clases magistrales, y sobre todo la casi omnipresente ausencia de motivación.
Así que hay razones para mantener la guardia, desconfiar de tanta palabra bonita y no meter todavía el escepticismo en la caja de herramientas. Y sin embargo parecía que esas precauciones me estaban sirviendo, además, para rechazar ese discurso del esfuerzo y del trabajo y darle vía libre a mis pensamientos hacia preocupaciones (desde luego legítimas) sobre el expediente o todo el tiempo que facultad y trabajo monopolizarían…
Se escuchó también “vamos a comprometernos con los demás“. Yo (me) diría, mucho antes, “vamos a comprometernos con nosotr*s mism*s”, a apostar por nuestras propias capacidades y sobre todo por lo que nos provoca interés. Pero despiert*s. Y que el pupitre verde para diestr*s y producido a gran escala en otro continente (tan metafórico esto de lo que los sistemas educativos institucionalizados nos ofrecen) no nos impida estar abiert*s a enriquecimientos provenientes de compañer*s de aprendizaje (y no enseñanza). Que no me impida estar abiert* a mis ganas de dotarme de herramientas, de aprender en sentido amplio, de transformarme y de crecer.
Si del aula 100 llegan las riquezas prometidas, bienvenidas sean. Por el momento toca centrarse en romper esos diques que suelen impedirnos levantarnos de los pupitres, darle la oportunidad de escribir a otras partes del cuerpo ajenas a la mano derecha, y amueblar el aula (o la Facultad, o la Universidad, o la Ciudad…) a nuestra mejor conveniencia.
Antidioto

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