miércoles, 28 de noviembre de 2007

El lugar del otro

Hoy he vivido una experiencia nueva: dirigir una clase en la Universidad o, al menos, lo he intentado. El profesor ha pedido un voluntario para dirigir la clase y casi todos nos mirábamos diciendo: "A mí no, por favor". Finalmente, me he presentado voluntaria y me he levantado. Se suponía que el tema de la clase tenía que ser comentar las lecturas del día: "El mecanismo de la investigación científica", de Gino Longo, y "Ciencia y Método", de nuestro profesor Roberto Carballo. La verdad es que no tenía nada claro qué hacer para que mis compañeros participasen y se sintiesen parte activa de la clase, de la comunidad de aprendizaje. Así pues, no se me ha ocurrido otra cosa mejor que preguntarles qué pensaban de la lectura. Éste ha sido uno de mis primeros errores: no tendría que haber empezado pidiendo una valoración porque ha condicionado el desarrollo de la clase. En ese momento sólo un par de personas han dado su opinión. Después, me he acercado a las filas del final, donde no he conseguido animar a nadie y sólo he conseguido ver ojos que me huían. Tras intentarlo varias veces he pedido ayuda al profesor, quien me ha dicho que no tendría que haber empezado pidiendo una valoración y que intentase salir del atolladero. Me ha recordado que él, la semana anterior, empezó leyendo parte de la lectura, refiriéndose al contenido esencial del texto para, a partir de ahí, trabajarlo. Creo que éste ha sido un punto de inflexión en la clase de hoy. A partir de ese momento, he comenzado a leer lo referido a la primera fase de la investigación. Entonces varios compañeros se han animado y han participado comentando las distintas fases y el papel del investigador en el proceso de conocimiento. Al final, algunos han valorado la lectura en su conjunto. Después, el profesor ha intervenido y ha pedido a una observadora que leyese el resumen de la clase y a otra compañera la ha animado a valorar a la directora de la clase. Esta compañera me ha sugerido que no tendría que haber empezado pidiendo una valoración y me ha animado por el trabajo realizado. Personalmente, me parece que ha sido una experiencia difícil pero ahora, que estoy más tranquila y he pasado los nervios del momento, estoy contenta porque creo que me ha servido para aprender.

A menudo, valoramos las cosas que nos rodean, incluida la enseñanza universitaria, desde nuestra cómoda posición, sin pensar que podemos cambiar nuestro lugar de observación, interactuar con los demás y situarnos en el lugar del otro. Me ha preocupado que la mayoría de los compañeros bajasen la mirada o que no hayan anotado las conclusiones. Esto puede interpretarse de varias formas: puede ser que no se sintiesen atraídos por la marcha de la clase, por el tema, que sean tímidos, que piensen que no tienen nada que aportar y un sinfín de cosas más. También he observado que el grupo más participativo se sienta en la parte delantera central de la clase y que entre los que más han intervenido no han estado sólo mis amigos por aquello de "echar un cable", sino también otros compañeros. En cualquier caso, me gustaría darles las gracias a todos por haberme ayudado y por haberme hecho comprender que de todos se puede aprender y todos tienen cosas que aportar.

Siguiendo esta reflexión, quiero reconocer que muchas veces criticamos que las clases son aburridas, que los profesores no nos motivan, que los temas tratados no nos interesan, que no podemos analizar la realidad desde una óptica libre, que aprender no es memorizar y reproducir las palabras dictadas en clase, etc. Quizás, criticar sea más fácil que innovar, que crear un método de conocimiento que nos permita aprender, que nos conduzca a aprovechar la experiencia y la oportunidad que supone la Universidad. Esta etapa de la vida puede ser un trámite lineal o, por el contrario, una etapa enriquecedora llena de redes que nosotros mismos podemos ayudar a construir, empezando por lo que suponen nuestros propios compañeros y nuestros profesores. Creo que las emociones también juegan un papel importante, necesitamos ver que somos una parte necesaria para esforzarnos en sacar lo mejor de nosotros mismos pero también tenemos que intentar comprender las motivaciones y las razones del otro en el proceso de aprendizaje. Sólo tenemos que empezar, observar desde el lugar del otro, para comprendernos un poco más a nosotros mismos y a los demás.

Toda mi vida he tenido cerca un ejemplo de profesor, un Maestro de verdad, o por lo menos yo así lo creo. Mi padre siempre ha sido una persona especial por muchos motivos pero yo destaco de él que cree en lo que hace y disfruta con su presente, intenta ser libre. No es habitual que te expliquen las matemáticas con lecciones de Historia, con trozos de realidad que van más allá de una pizarra, sin ahorrar en cómo o por qué y que acabes entendiendo qué y para qué lo haces. Tal vez, sea especial porque es capaz de emocionar, de despertar curiosidad y de iniciar un proceso que los alumnos tenemos que continuar..., o tal vez, para mí lo sea porque es mi padre. Hay personas que nos marcan para siempre porque nos hacen inmensamente felices, otras consiguen hundirnos en lo más profundo de la tristeza y otras nos ayudan a abrir un camino hacia un mundo por descubrir y por construir, ahí están algunos de mis maestros, entre ellos, mi padre.
Publicado por Claudia López Pedreño

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