jueves, 22 de noviembre de 2007

Reflexividad, una vacuna contra planteamientos ideológicos

Comentando esta semana la lectura de Manuel SACRISTÁN, “¿Qué es una concepción del mundo?”, en F. Engels: Antidüring, Grijalbo -de la que yo hice este resumen- surgió un tema que para mí es central a cualquier discusión sobre investigación científica (y especialmente investigación social): la reflexividad.
De la certeza de que la “ideología” (yo preferiría decir las ideas, pues no todos tenemos ideología, al menos si la entendemos en el sentido en que la entendió Hannah Arendt) influye en todas las etapas del proceso investigador, y de que por tanto éstas ejercen una influencia sobre el conocimiento, surge el deber (no ya moral, sino puramente científico, yo creo) de hacer conscientes esas “ideologías” y “concepciones del mundo”.Creo que es util usar para esta idea el nombre “reflexividad”, que expresa una vuelta, un regreso de nuestras propias ideas, que se proyectan hacia el exterior, a nosotros mismos. Ese regreso no sólo debe ser consciente, sino que ha de ser también lo suficientemente maduro como para no desaparecer de nuestra vista. Que las ideas (o “ideologías”), las concepciones más personales, están en constante juego y apelación con los conocimientos, ha de llevarnos por otra parte a fijarnos en ciencias sociales en la consistencia de las argumentaciones. Es decir, partiendo de ser conscientes de nuestras “concepciones del mundo” y de, además, hacerlas honestamente públicas en el argumentar, debemos ser consecuentes y no caer en contradicciones con ellas. Ello amputaría nuestra teoría, o nuestra hipótesis, y sobre todo nuestra argumentación, por inconsistente.
La Reflexividad se convierte entonces en un juego constante del pensamiento que pone en cuestión las ideas (pre)concebidas y que nos permite crecer intelectualmente al dialogar con ellas. Una verdadera actitud reflexiva constituye, pues, una vacuna contra las ideologías en el sentido arendtiano.

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