martes, 11 de diciembre de 2007

Sobre el oficio del científico social

Por lo general, la neutralidad nos hace cómplices del más fuerte. La no toma de partido ya es escoger un camino. Supone la aceptación de lo dado, su asentimiento, aún cuando sea a través del silencio. Las Ciencias Sociales tienen como objeto el carácter relacional que se da entre las partículas elementales que forman la sociedad, esto es, las relaciones sociales en sus diversas formas, modos y maneras. Y, como rasgo principal, éstas se presentan como vínculos a través de los cuales circula el poder, como una energía viva y continua. Las relaciones, por tanto, lo son siempre de poder. Hasta en los espacios más íntimos y de las formas más sutiles e inconscientes que se puedan imaginar. El oficio del científico social no puede ser otro que el de estudiar estas conexiones y hacerlas visibles. De ahí su responsabilidad, la de posibilitar el principio de consciencia de la situación real del sujeto en el mundo. Es por ello que las Ciencias Sociales serán siempre miradas con recelo por el poder, pues su fin no es otro que el de palpar trozos de verdad, el de iluminar aquellos rincones oscuros que permanecían ocultos.

En conclusión, es un trabajo subversivo, que abre la vía a situaciones revolucionarias, que aspiren a un cambio radical en esas relaciones de poder. En este sentido, la ciencia social libera al sujeto de sus cadenas. Le da la llave de su libertad.

Todo esto obliga a poner en cuarentena a la propia Ciencia. Pues, al igual que puede representar el papel de libertadora, puede convertirse en el peor de los carceleros. Condición que la ha caracterizado durante más de dos siglos. Su posición como centro de poder, como disciplina, con capacidad de establecer verdades independientes, absolutas e inmutables, y su fuerza normatizadora la han convertido en el medio de coacción más tremendo de cuantos hayan existido. Una fábrica de producir racionalidades, conductas mecánicas, homogeneidades, que imponen violencias hasta contra el propio cuerpo y cercenan todo conato de imaginación. Esta jaula de hierro apresa al sujeto en una arquitectura que vacía de sentido su existencia. Una ideología que -parece- es la que demandaba la propia estructura del modo de producción capitalista. El sujeto pierde su significado (incardinado en la dignidad de ser único e irrepetible) y se transforma en un agente productivo-consumidor. Otro más. Ese mundo gris lo conduce al sinsentido. La voluntad de poder y la voluntad de saber le han sido arrebatadas y se encuentra, sin saberlo, en un campana hermética que carece de oxígeno. Miseria, exclusión, antidepresivos, héroes y heroína son algunas de las condenas que ya se le han adjudicado. El científico social no es un mesías, ni un iluminado, tan sólo un intermediario entre la sociedad y la verdad. Es por ello que su oficio tiene que ser el de hacer partícipe al colectivo en la búsqueda del sentido de su realidad. La ciencia -lejos de deber ser algo elitista, minoritario e interpretable por unos pocos señores de bata blanca- debe expandirse por la sociedad y dejar de ver al sujeto como objeto. Sólo así la ciencia transformará su discurso de contenido disciplinario a otro que incluya los saberes populares.

En este proceso, el científico (más allá de hipótesis y falsaciones) recorre un camino lleno de implicaciones personales y toma de decisiones, de contactos con otros y de reflexiones permanentes. Donde la neutralidad no existe, pero sí la interpretación rigurosa, la diligencia y la pretensión de honestidad. Con un método, tan simple como intenso, caracterizado por una serie de verbos activos (los propios de la segunda declinación):
VER - CONOCER - DOLER - QUERER - PODER - HACER
Publicado por Jorge Resina

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